Permite que tus huesos se curen a la luz, de Rogelio Pineda Rojas

Fue una sorpresa para mí cuando hace algunos años varios conocidos me dijeron que uno de mis temas recurrentes era la infancia, algo en lo que yo no había reparado de manera conciente. Pero sospecho que la mayoría de los escritores nos dedicamos, en un momento u otro, a hablar de nuestra infancia para asimilarla y darle sentido. “Todos fuimos niños alguna vez,” dijo Saint-Exupéry. La infancia, como los libros, son algo difícil de procesar y digerir, de recordar y evocar. Es un ejercicio traicionero, rememorar la infancia, con sus triunfos y humillaciones, sus tesoros y sus pérdidas; es, queremos creer, la época de la fantasía, pero como el libro de Rogelio Pineda Rojas demuestra, es también la época del realismo más descarnado, más demoledor, del aprendizaje violento y de la decepción sin medias tintas. Es la época en que la cotidianidad es un estado constante de indefensión ante el mundo monstruoso de los adultos, aunque también un estado de descubrimiento sucesivo, en donde todo es hecho y visto por primera vez: atarse las agujetas es la mayor prueba de independencia, jugar a las luchas con el padre es un idilio, reparar el juguete descompuesto nos convierte en todopoderosos.  

Rogelio crea una narrativa que evoca emociones primigenias de manera prodigiosa, donde tanto el dolor como el gozo son abrumadores, embriagantes, conviven día a día con igual intensidad. Es un retorno a ese cuerpo doblemente cuerpo, que mira a todos hacia arriba, que desconoce los dolores de la enfermedad o el abuso y los enfrenta por primera vez, que siente el éxtasis de las cosquillas y del placer erótico. Todos somos – o todos fuimos alguna vez – este protagonista que juega a los piratas con sus amigos y termina sufriendo el golpe descomunal del líder, el que llora con impotencia al ver una pelea de su progenitora en plena calle, el que besa a la Trevi en una revista de moda. Todos fuimos también el que descubre nuevas formas de transgresión al romper las reglas y nuevos horrores al ser descubierto y castigado. Con esta prosa demoledora, Rogelio Pineda Rojas nos lleva de la mano por una historia de crecimiento, de cómo se llega lentamente a una conciencia al menos parcial de las cosas que nos rodean, lo cual nos permite sobrellevar la confusión del mundo, adaptarnos y continuar nuestro camino.

Como todos los libros pero de manera inusualmente explícita e intensa, este libro es una confesión. La confesión de una infancia que atestigua y actúa, cargada de sensualidad y perversión, pero también de humor y afecto. Y cuando alguien confiesa es porque busca absolución. Y cuando la confesión no es secreta, cuando se escribe un libro, por ejemplo, intuyo que confesar se vuelve un instrumento para absolver a otros, para reflejarnos y perdonarnos en los otros, los lectores.

Es por esto que leer el libro de Rogelio implica un riesgo, el de obligarnos a evocar nuestra propia infancia y quedar atrapados en la intensidad de esos recuerdos sin otra opción que revivirlos. Es un riesgo que yo he tomado y que invito a todos a tomar, ya que explorar la infancia, reconstruirla, es la única forma de redimirnos, de perdonarnos y volvernos completamente libres.

 

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