Diseño de interiores, de Fátima Vélez

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¿Se acuerdan del capítulo en los Simpson cuando Lisa es reina de belleza? Muy pronto, sus opiniones se vuelven incómodas y entonces un grupito de burócratas ridículos, organizadores del concurso, deciden descalificarla de manera fácil, rápida y supuestamente legal: buscan un error en su formulario de inscripción. Y lo encuentran veloces. Homero escribió “bueno” en un espacio donde no debía de escribir nada.

Algo parecido es lo que le pasó a la escritora colombiana Fátima Vélez. Ella ganó el Premio Nacional de Poesía Idartes en su país. Su nombre y el nombre de su obra aparecen en el acta del 16 de septiembre. Sus documentos están completos. Su obra, Diseño de interiores, es original, inédita y sobre todo, excepcional. Sin embargo, alguien notó un error en su formulario, la falta de una firma en un espacio en blanco, y esto es suficiente para que la institución decida que no se merece el premio. Qué importa la calidad de su obra, la excelencia del libro, el tiempo de trabajo de la artista, la decisión del jurado. Lo que importa es la línea en blanco, la letra pequeña, el papelito mal llenado. La burocracia por encima de la excelencia, como bien lo dice la nota publicada en El Espectador el viernes pasado. Todos hemos sufrido alguna vez la pesadilla de llenar y rellenar formularios sin sentido para que al final el tipo de la ventanilla te diga que una vez más te equivocaste: llénelo de nuevo y sin errores, no vuelva sin él. La burocracia decidió esta vez, contra su propio protocolo (ése que dice que la decisión del jurado será inapelable) que el daño está hecho y no hay vuelta atrás. Imposible salirse del reglamento y firmar a posteriori. Simplemente, no van a entregarle el premio. Tal vez la institución Idartes tiene en su personal a gente tan incompetente que no entienden la diferencia entre tener un descuido y cometer un fraude; quizá su equipo burocrático no ha salido en años a la luz del día, enclaustrados entre pilas y pilas de formularios, monitores y memos, y piensa que el sentido de la vida (y por qué no, de la poesía) es saber realizar trámites sin erratas ante las ventanillas que se nos presentan día tras día. Respecto a sus propios procedimientos irregulares (el adelanto de una semana en la decisión del veredicto y la apertura de la plica sin público presente), la institución no parece tener ningún problema.

Pero la labor del artista no debe detenerse en aras de la burocracia. Por eso le pedimos a Fátima Vélez que nos hable de su obra ganadora, Diseño de interiores, la cual esperamos sea publicada muy pronto y reconocida como se merece.

¿Cómo surgió el poemario Diseño de interiores? ¿Cuándo comenzaste a escribir estos poemas y qué los impulsa?

Diseño de Interiores es un libro que nace de una serie de experiencias muy íntimas y cotidianas, sobre ser mamá y tener una cantidad de responsabilidades domésticas y al mismo tiempo ser mujer y amante y joven y escritora. Me sorprende que un libro como éste haya ganado un concurso como el de Idartes.

Los poemas del libro no se parecen en nada a lo que suelo escribir. Mi poesía ha sido más críptica, sugerente, minimalista. Sin embargo, aquí intenté ir muy al grano, nombrar las cosas por su nombre, sin eufemismos, utilizando la menor cantidad de recursos posibles, pero también incorporando elementos de la narrativa, pues últimamente he escrito más narrativa que poesía. Me parece que incluso hay poemas tan directos que la gente puede sentir pudor, incomodidad, que les hablo desde un lugar del que no se quiere oír. Tal vez peco de confesional.

Los poemas los empecé a esbozar desde hace seis años, cuando nacieron Alicia y Salomón. Pero se concretaron con voz propia desde hace un año. Por supuesto, la ciudad de Nueva York tuvo mucho que ver.

¿Qué poetas han influenciado más tu trabajo? ¿A quiénes leías cuando escribías este libro?

En esa época leí mucha poesía norteamericana moderna y contemporánea, sobre todo a las mujeres. Las clásicas: Emily Dickinson, Sylvia Plath, Anne Sexton, Anne Carson, y también otras más desconocidas en el mundo hispanohablante como H.D, Barbara Guest, Jorie Graham y Tracy K. Smith. También leí mucho a Blanca Varela, quien siempre me acompaña, y a poetas como Mercedes Roffe, Coral Bracho, Julieta Valero, Mariela Dreyfus, a quien tengo la suerte de tener como profesora. También leí a los chilenos Nicanor Parra, Raúl Zurita, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Pablo de Rokha.

Como poeta, uno de los procesos mas difíciles es encontrar un estilo propio y a la vez conciente de la tradición en la que se inserta. ¿Hubo una experiencia, real o literaria, que te haya ayudado a encontrar tu propia voz en estos poemas?

No sé si puedo hablar de voz propia. Lo que me pasó en el caso de este libro fue que vi a través de la nata de la rutina (por lo menos la mía), apareció clarísima, podía oírla hablar, como una mancha de grasa en el vidrio. Ante eso, no tuve más remedio que escribir, no se puede dejar una mancha así.

En el libro se pueden ver dos estilos, o dos voces, o dos facetas de la misma voz: una más realista y que habla de lo que implica ser mamá y tener una casa y atenderla y otra que habla de una parte más delirante y libre, desde experiencias con la ciudad, con lo denso que a veces puede ser pasar de lo íntimo a lo público y viceversa, de la relación con el mundo, con los otros.

¿Te sientes identificada con otros poetas de tu generación? ¿Crees que hay un estilo o temática común?

Sí, percibo algunas relaciones entre la poesía de mi generación, sobre todo un interés en las formas clásicas, una exploración en la métrica, en que la rima, por ejemplo, surge como una posibilidad, ya no como un descuido, o una elección anacrónica e impostada. Por otra parte, percibo un quiebre gramatical, concentrado más en las preposiciones, en conseguir dislocarlas hasta lograr una declinación no creída posible al calor del castellano. Esto con el propósito, en la mayoría de los casos, de explorar en lo sensorial y las percepciones. A mí me interesa el poder animista de las figuras retóricas, creo en eso. Me interesa despojar al símil y a la metáfora (las figuras reinas) de una relación nociva (o que yo percibo nociva) con la partícula “como”; instalarlas en una posición, más que de apertura de sentido, de la creación de un sentido como si se tratara de un objeto. La poesía de mi generación también incorpora la narrativa y elementos del género, como los diálogos, personajes, y un híbrido intermedio entre la voz poética y el narrador.

 

 

 

 

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